En la Visitación, María nos enseña a ser siempre emprendedores y valientes cuando se juega la verdad de Dios, la verdad del Evangelio, la felicidad verdadera de los demás. De Nazaret María va a una ciudad de Judá, mejor dicho a un pueblo, Ain Karim, distante seis kilómetros al oeste de Jerusalén. Fueron tres o cuatro días de peregrinación; alrededor de 150 km. En el relato evangélico se mezcla la ternura del encuentro familiar entre dos primas, dos madres: una, del Precursor, Juan Bautista; la otra, de Cristo Salvador. Las dos experimentan las obras grandes de Dios en su vida y en su misión. María es la Virgen servicial, la que no duda en abrirse a los demás para compartir sus alegrías y sus dolores.
El saludo que María brinda a su prima, con toda probabilidad fue «shalom»: la paz sea contigo. Un saludo mesiánico que hace saltar de gozo a Juan Bautista en el seno de su madre. Todo el ambiente está envuelto de alegría mesiánica: la alegría y la acción del Espíritu Santo, el gozo de la misericordia y la fidelidad del Dios de la Alianza. Hay un clima de fiesta en el encuentro, sorpresa por la visita y admiración por las
grandezas Divinas. Isabel alaba a María como Madre del Señor y como primera creyente.
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